Es casi miedo la emoción que embarga a aquél que se da cuenta de lo peligrosamente cerca que estamos de hablar Neolengua. Orwell desarrolla en “1984” esta no tan peculiar forma de comunicación cuya razón de ser es sustituir a la vieja lengua de forma total. Los objetivos de la Neolengua están claros en Oceanía: No solo proporciona un medio de expresión sino que también imposibilita otros, tratando de hacer impensable aquello que, no estando en consonancia con las consignas del Insoc, se vuelva impronunciable. En la novela, pues, aparece la intencionalidad del lenguaje de forma clara y explícita, manejada y manejable. En nuestra sociedad occidental que tan brillante nos hemos encargado de presentar en todas las televisiones del mundo, dirección y objetivos quedan cumplidos precisamente por lo que de difuso y oculto logran mantener.
El atonismo social que la Neolengua colabora en desarrollar es consecuencia también de la mengua del propio lenguaje: disminuir al máximo el pensamiento objetivo es reducir todo lo posible el número de palabras. Así, se suprimen palabras por innecesarias, como “quien”, por ejemplo, por tener significados difusos o por ser difíciles de pronunciar. Cuanto menor es el abanico posible de elecciones de palabras o sintagmas posibles, menor es la tentación de cavilar.
Además la Neolengua es muy regular, sin a penas excepciones. Añadiéndole sí cabe más homogeneidad a la palabra y, de forma correlativa, al pensamiento. Aunque lo cierto es que, en ocasiones, se puede sacrificar esa regularidad en pro de la eufonía, ya que se buscan palabras “cortas y de significado inequívoco que pudieran pronunciarse rápidamente y despertaran el mínimo de sugerencias en la mente del parlante”. De manera que, además, su pronunciación termina siendo muy parecida, con los acentos igualmente situados, dando al lenguaje un aspecto “similar a un cotorreo, a la vez roto y monótono”, haciéndolo “tan independiente como fuera posible de la conciencia”, casi automático, instintivo, rápido…
Casi como el inglés, que se convierte hoy en esa lengua homogénea que universaliza culturas, confundiéndolas con actitudes propias de la estructura del mundo del consumo, la globalización y los paraísos fiscales. Aunque, claro, no podemos olvidar que se imbuye en su propia contradicción, configurándose también en parte como la lengua del pensamiento crítico, la emancipación y la experimentación.
Aunque lo cierto es que, en el idioma que sea, solo necesitamos encender la televisión, o la radio, y recapacitar con tristeza sobre el “cotorreo, a la vez roto y monótono” de cualquier canal, en cualquier lugar, adormeciendo cada mente y cada conciencia, desvinculándonos de la Verdad a cada instante con un poco más de efectividad.
Solo que, y pese a que las analogías también son muy posibles, nosotros no tenemos un MiniVer o Ministerio de la Verdad encargado día y noche de hacer desaparecer el pasado en los “agujeros de la memoria” o, al menos, esa intención y esa práctica no son tan absolutas y opresivas como en “1984”. Tenemos oportunidades, podemos trabajar con conceptos contaminados, sin duda, pero tenemos que tratar de hacerlo entendiéndolos en su contextos histórico. Desentrañando hacia el pasado los conceptos para poder comprenderlos en su lenguaje. Desenvolviendo la Verdad y poniendo de manifiesto el papel de regalo y sus posibles trampas.
Quizá se pueda ayudar a fundar un futuro vinculando el análisis del presente con la comprensión de las desdichas del pasado.
Que razón tienes...
ResponderEliminarLo malo es que no creo que esto sea algo nuevo, Orwell no era adivino, pasaba en su época, ha pasado antes, está pasando ahora y pasará mientras existan la vida inteligente...
Es posible. Y, sin embargo, si la historia es la misma una y otra vez no se mueve. ¿Se mueve?
ResponderEliminarCreo que que se mueve poco, y cuando se mueve al final se compensa y acaba siendo todo lo mismo con nombres más bonitos o como tu dices neolinguistas.
ResponderEliminarMe gusta el concepto de que la historia se compensa para avanzar. Es como un engaño o un espejismo, creemos que avanzamos pero no avanzamos, o lo que da más que pensar: siempre y sólo avanzan los mismos, que es lo mismo que no avanzar.
ResponderEliminarCreo que nos encontramos con esta tragedia de que habláis porque miramos la historia desde hoy como si fuera el último escalón de la existencia, como si nosotros ya lo supiéramos todo de los tiempos pasados y, por tanto, tuviéramos la obligación de ser mejores.
ResponderEliminarSi aceptáramos la no linealidad unívoca del tiempo a lo mejor podríamos acercarnos a otras formas de pensar el cambio social... A lo mejor...