TAUTOLOGÍA O GRITO

Aprender mediante la palabra y el discurso, mediante la dialéctica y la retórica, es algo tan básico y elemental como complicado, hay que andarse con cuidado. Si bien es cierto que mediante la verbalización los pensamientos se vertebran y adquieren coherencia, y que es en interacción con otros discursos que el nuestro se vuelve más fuerte, con más sentido; no es menos cierto que las palabras son, en muchas ocasiones, amigas de las que no hay que fiarse mucho. Y es que ellas -sobre todo algunas de ellas, las que nos preocupan- no son más que símbolos que han perdido gran parte de su significado, ampliando tanto su contenido que ya casi han perdido todos los matices que un día tuvieron-o pretendieron tener-. De manera que el repetido uso de significantes tan poderosos como “democracia”, “libertad”, “igualdad” o la misma “política” se han quedado casi sin significados o, al menos, los han diluido tanto que es difícil vislumbrarlos. Es por ello que, a veces, pareciera que la Verdad tan solo puede expresarse mediante la TAUTOLOGÍA o el GRITO.



Pero no nos damos por vencidos y pretendemos, con cada paso que damos, desentrañar un pedazo más de esos conceptos que tanto interés nos merecen. Así que mantenemos nuestra mente despejada y, sin más, GRITAMOS. Y desgarraremos nuestras gargantas y vuestros ojos hasta lograr algo de coherencia, hasta conseguir aportarnos -y aportaros- algo más de ese conocimiento del que nuestras mentes siguen ávidas.

jueves, 24 de febrero de 2011

OTRA ÓPTICA DE CLASE A LA CRISIS DE LEGITIMIDAD DEL ESTADO DE BIENESTAR

Consideramos que la clase media es aquella que obtiene un salario medio. Y consideramos que ese salario medio son unos 1600 euros. Suponemos entonces que esa clase media obtiene del Estado Social de Bienestar más de lo que conseguiría por sus propios medios. Pero que, sin embargo, es estrecho el margen de beneficios obtenidos del Estado con respecto a lo que con sus propios salarios podría obtener. Y es que es una clase ésta que tiene posibilidades de realizar un esfuerzo extra en sus gastos y sustituir así los servicios públicos que le nutren en parte por aquellos otros, los privados, que ambiciona y que, además, observa con interés en las clases altas.
De manera que, expuestas estas premisas, parecería lógico pensar poco más o menos que el Estado de Bienestar pierde legitimidad con cada política pública efectivamente social que implanta. Y es que esas clases medias desean de los servicios públicos la calidad y excelencia que las opulentas y brillantes empresas del sector privado pueden ofrecer. Tal cosa -el sostenimiento de unos servicios de suficiente calidad- se supone casi imposible de conseguir por parte de las actuales ineficientes, rígidas y mastodónticas burocracias, así que las exigencias y críticas se suceden y las cotas de legitimidad de lo público disminuyen.
Siguiendo esta línea argumental, pues, no es extraño observar como se difunden las ideas de la Nueva Gestión Pública y la Gobernanza por la Academia y los nuevos estudios de la Ciencia de la Administración. Se aboga por la permeabilidad de los instrumentos propios de lo privado para gestionar también lo público, entonces, en busca de esa ansiada eficiencia que permita pagar menos -impuestos, se entiende, deslegitimizados- para ofrecer servicios más “brillantes”, aptos para esas clases medias ambiciosas que no están dispuestas a tolerar listas de espera ni habitaciones compartidas.

De: Olimpia March

El resultado evidente en la práctica política y administrativa es el adelgazamiento de las administraciones y la “externalización” -no tanto la privatización, que también, aunque de momento sea un término que siga dando algo de miedo- de los servicios. Lo que ya no es tan evidente es la mejora de esos innovadores servicios en su eficiencia.
Y es que la cuestión, en este caso, quizás tenga algo que ver con los términos: Si bien el salario “medio” aritméticamente calculado (esos 1600 euros[1]) podría servir para definir a la “clase media”, lo cierto es que la “media” no es la “moda” y a lo mejor debemos tener en cuenta la “curtosis”. Es decir, debemos considerar que la clase media no es la más numerosa y pensar, quizás, en términos de clase trabajadora, que no llega a la media en sus salarios y que, viviendo de estas rentas más bajas, no puede obtener los mismos servicios en los mercados privados que aquellos que el Estado le proporciona. Si así fuera, estas clases trabajadoras, más numerosas, estarían en disposición de necesitar y poder disfrutar los beneficios del Estado Social de Bienestar de forma más amplia y de, por tanto, legitimar en mayor medida tales políticas y tal modelo de administración.
No debe ser innegable que la clase media sea la mayoritaria: Si bien la prestigiosa revista Times[2] publica en sus encuestas que porcentajes amplísimos (un 74%) de la población se identifican a sí mismos como clases medias, no es menos cierto que en la propia pregunta se hace la trampa. Y es que la formulación que nos encontramos en el enunciado solo nos permite optar entre “clase media”, “clase alta” y “clase baja”. Sin embargo podemos observar que, en las poquísimas ocasiones en que se ha diferenciado entre “clase media” y “clase trabajadora”, los resultados han sido muy distintos: Tan solo un 38% se consideraban “clase media” frente al 54% de los que se veían como “clase trabajadora” (eso en Estados Unidos, pero los resultados son muy parecidos en los países de la Europa de los 15).
Y es que es muy posible que ante la pregunta “¿Se considera usted clase baja?”, la inmensa mayoría de la población se sintiera incluso ofendida. Pasando a considerarse, entonces, socialmente mejor posicionados de lo que, con objetividad, cabría pensar.
Así que resulta que la premisa axiomática e innegable inicial de que la clase media es la más numerosa, que es la que justifica la base del argumento de la pérdida de legitimidad del Estado de Bienestar y de las políticas públicas asistenciales, haciendo necesario el uso de instrumentos de externalización, privatización y austeridad en los servicios, parece poder ser cuestionada.
De manera que el desprestigio sistemático de los Empleados Públicos, mal llamados, todos ellos, funcionarios, se nos presenta quizás también parte de una estrategia que permita hacer más viables las reformas que buscan la incesante disminución de las burocracias y, con ellas, los servicios públicos.
Además de la justificación mediante, por supuesto, una crisis cuya naturaleza financiera se ha olvidado. Detengámonos aquí por unas líneas: En 1993 Clinton, que se había presentado con un programa definido -con cierto miedo- por el Financial Times como “inspirado en la socialdemocracia sueca”, una vez llegó a la presidencia pasó a incumplir todas sus promesas, situando los intereses del capital financiero en el centro y reduciendo el gasto público. El partido laborista británico, por su parte, desreguló la banca y el mercado financiero (en la City se permiten prácticas prohibidas en Wall Street), favoreciendo estos sectores a costa de los mercados industriales. Ello provocó reducciones pronunciadas en los salarios medios, lo que fomentó la solicitud de créditos para el mantenimiento del nivel de vida y, por tanto, el mayor auge de las finanzas, nutriéndolas. Algo similar pasó en Alemania, que comienza, con el canciller socialdemócrata Schroeder a apoyar el capital financiero a costa del nivel de vida de la clase trabajadora y de la reducción de las rentas del trabajo.
Con la disminución generalizada de los salarios reales y el aumento indiscriminado del mundo de las finanzas, el caso de las famosas hipotecas sub-prime estadounidenses fue solo la chispa que prendió un estallido de crisis que debía haber sido fácil de adivinar (y que así lo fue, de hecho, por algunos sectores de la ciudadanía e, incluso, de la academia intelectual que no cesaron de mostrarlo sin ser escuchados, pero esto es otro tema).
De manera que, con el poder económico acumulado por las élites en estos tiempos, se ha acumulado también poder político y, por tanto, capacidad para tomar decisiones que sigan beneficiando al centro europeo causante de las crisis frente a una periferia que, en Europa, es quien la sufre. De manera análoga, se ha venido beneficiando sistemáticamente a las clases altas y, en menor medida, medias que no ganan tanto si pagan impuestos de naturaleza progresiva. Olvidando las causas de los efectos en la búsqueda de soluciones y la situación económica y social de la numerosa clase trabajadora en la implantación de políticas públicas por los partidos socialdemócratas.
La argumentación que nos ha llevado a explicar esta paradoja no pretende justificar las evidentes ineficiencias de las Administraciones ni apartarnos del debate que nutre la búsqueda de una mejora en los servicios. Pero lo que sí queremos es cuestionar el hecho de que tal debate se utilice para la disminución sin tapujos de la gestión directa en pro de una gestión indirecta que más pareciera tener que ver con el clientelismo de las élites que con una mejora racional y real en los servicios.


NOTAS DE REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA: “Mujeres y hombres en España 2010” Disponible en web [http://www.ine.es/prodyser/pubweb/myh/myh10_renta.pdf]
VICENÇ NAVARRO: “¿Existen las Clases sociales?” Disponible en web [http://www.vnavarro.org/wp-content/uploads/2009/03/existen-clases-sociales1.pdf]



[1] La diferencia entre el salario medio anual en 2007 (22.780,30) y el salario más frecuente o modal (14.508,70) era de más de 8.000 euros, según el Instituto Nacional de Estadística. Eso sin entrar en otras consideraciones, como el hecho de que el salario promedio anual femenino es el 74,40% del masculino.
[2] Citada por Vicenç Navarro en “¿Existen las clases sociales?”, 2009.


1 comentario:

  1. Me lo puede repetir, por favor.

    P.D.: el rojo es azul y el azul es negro... Vivo en la ignorancia

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